Era un 30 de Febrero de 2019, ehhh, no, es broma.
Mejor empiezo de nuevo ¿o no?
Vale, era un 24 de diciembre normal para la familia
Peláez. Los cuatro hermanos: Pedro, Alex, Pablo y Penélope junto a su madre
Pepita, se preparaban para la cena de Nochebuena.
- Pedro, ¡sal del baño si no quieres que te saque
de los pelos! – gritó Alex –. ¡Tardas más que una tía! – se quejó.
- ¡Habló la más indicada! – le contestó Pedro.
Alex, ya mosqueada, entró a la fuerza en el baño y
sacó a Pedro a rastras. En esto apareció Penélope por el pasillo y quedó algo
traumatizada al ver a su hermano desnudo, se tapó su pequeña cara con las manos
y comenzó a correr en círculos chocándose con Pablo en su carrera. Se percibía
que estas Navidades serían tranquilas.
Una hora después, Pepita, extrañada de que ningún
familiar hubiera llegado, fue a la entrada junto con sus cuatro hijos que
estaban ya vestidos y olían más o menos bien. Al llegar a la entrada se escuchó
un ruido en la cocina.
- Alex, coge un paraguas que nos están entrando a
robar – dijo Pepita armándose con otro. - Pedro, protege a tus hermanos, ¿con
qué os podríais defender?
- Ma, con el turrón del año pasado, ese que querías
endilgar a las visitas, que está más duro que una piedra, vamos, que lo lanzas
y le partes el cráneo a un cocodrilo – propuso Pablo con entusiasmo.
-Cierto, cierto, Alex, vamos – apremió Pepito.
Cuando llegaron a la cocina, con mucho arrojo
Pepita propuso:
-
A la de tres entramos-.
-
Está bien. Uno… -dijo Alex.
-
…dos…-dijo Pepita.
-
¡Tres!-gritaron las dos.
Alex abrió la puerta mientras Pepita muy
valientemente se daba la vuelta y se marchaba corriendo.
- Abandonada por mi propia madre – susurró aterrada
Alex mientras entraba en la cocina. - ¡Papá! - se sorprendió Alex - ¿cómo has
entrado? -preguntó
- ¡Alex, baja el paraguas! – dijo Pancracio, su
padre, levantando las manos como si se rindiera. Alex obedeció.- Bien, entré
por la ventana y ahora abriremos la puerta al resto de la familia – explicó
Pancracio.
- ¿Dónde está la familia? – preguntó Pepita
entrando por la cocina a su marido.
- Ahora, ahora ¡Jesús, qué impacientes estáis! – se
quejó Pancracio, abriendo la puerta dejando entrar al tío Pepe, a la tía
Petunia, al primo Pascual y a la abuela Petra.
- Todos los años lo mismo, me siento excluida – se
lamentó Alex.
- ¿Por qué, querida? – preguntó la abuela Petra
dando uno de esos besos que te dejan la mejilla más húmeda que la selva
amazónica y que te pica al recibirlo, ya que el beso incluye los pellillos del
bigote.
- Abuela, ¿no te has dado cuenta de que todos los
nombres empiezan por “p” excepto el mío?- continuó Alex.
- No, si ya lo decía yo, ¡había que llamarla
Pandora, en honor a su difunto abuelo Pandoro – dijo la abuela secándose una
lágrima al recordar a su marido.
Empezaron a comer tranquilamente, bueno todo lo
tranquilo que se puede estar siendo un miembro de la familia Peláez.
-¡Abuela, deje de comer jamón, qué se le altera el
colesterol, hombre!- riñó Pepe.
- Calla hijo, en mis tiempos, ni colesterol ni
leches. ¡Bien fuertes que éramos!. Me acuerdo de una anécdota…- comenzó Petra.
- Petra, ¡deje las batallitas para después!- le
interrumpió Pepita- y comed más que va a sobrar.
En esto sonó el teléfono de Petunia, a la que se le
iba poniendo la cara blanca, blanca, blanca, como cuando te manchas la cara con
harina sin querer al hacer un bollo.
- Pepe, ¡son los de la alarma del hogar. Nos han
robado!- informó la tía Petunia alterada.
- ¿Qué dices?- dijo Pepe abriendo los ojos como
platos, cayéndose de la silla al desmayarse.
- ¡Pepe, qué no estamos para desmayos!- gritó
Petunia a su marido mientras le abanicaba.
Finalmente, Pepe volvió en si, pero Petra que no
había dejado de comer durante el incidente, se atragantó con el jamón y al
intentar expulsarlo de la garganta, la dentadura le salió volando golpeando a
Pepe, que se volvió a desmayar. Esta vez Petunia no tuvo la delicadeza de
airear a su marido, simplemente le propinó un tortazo en plena cara haciendo
que recobrara el sentido.
- ¡Saca el coche, Pepe! – Le ordenó Petunia – ¡Familia,
nos vamos! ¡Pascual, prepárate!- se despidió Petunia.
- Voy con ustedes – decidió Petra.
- Pero, ¿para qué vamos? Si los ladrones se han ido
ya – se quejó Pepe.
- No me rechistes Pepe, que la tenemos – amenazó
Petunia.
Finalmente se marcharon dejando a Pancracio,
Pepita, Pedro, Alex, Pablo y Penélope solos, los cuales no tardaron en
acostarse.
Era ya de noche y un trineo sobrevolaba la ciudad
donde vivían los Peláez.
-Rudolf, vete frenando que nos la pegamos - decía
un señor con barba blanca y muy rellenito,-qué nos la pegamos, qué nos la
pegamos… ¡Nos la pegamos!-sentenció este hombre que resultó ser Santa Claus. Se
bajó del trineo muy enfadado y encarándose con su reno le dijo:
- Rudolf ¡te estas jugando el puesto!
Seguidamente inspeccionó la chimenea de los Peláez.
- ¡Yo por aquí no entro! – se quejó Santa.
- ¿Por qué jefe, está muy sucia? – preguntó Rudolf.
- ¡No, hombre! Es que es muy estrecha – explicó
Santa.
- Jefe, yo tengo una idea – dijo Rudolf – pero será
mejor que la usemos como plan B, ahora intente meterse por la chimenea.
Santa lo intentó, pero no lo consiguió, entonces
Rudolf se bajó del tejado seguido por Santa Claus, para proceder según el plan
B.
¡Crash! Se oyó en medio de la noche
-Ostras Rudolf, ahora repararás tú la ventana ¿no?-
increpó Santa.
- Calle jefe, ponga los regalos que nos quedan unas
cuantas casas más- apremió Rudolf.
Pablo y Penélope habían oído el gran golpe de la
ventana al romperse, y mientras Rudolf y Santa discutían en el salón, se
dedicaban a la imposible tarea de despertar a Pedro y a Alex.
- Cinco minutos más- pidió Alex aún medio dormida.
- ¡Es Santa, es Santa!- gritaba entusiasmada
Penélope saltando en la cama de Pedro.
- ¡Madre mía! ¡Qué voces! Será mejor que bajemos
antes de que despierten a todo el vecindario – propuso Alex ya despejada
arrastrando a Pedro fuera de su cama. Bajaron las escaleras y se toparon con
Santa.
- Bueno niños, sus regalos – sonrió Santa con
disimulo. - Rudolf, les has despertado, ya verás como encuentre el turrón duro
– masculló entre dientes Santa.
- No turrón duro no, que luego me sale otra úlcera
en el estómago – rogó Rudolf.
Santa hizo caso omiso y les dio los regalos a los
niños: para Penélope una casa de muñecas, para Pablo un disfraz de Spiderman y
para Alex un vestido.
- Oiga Santa, ¿y yo?- preguntó Pedro.
- Emm sí, aquí tienes tu regalo- dijo Santa,
sacando una estampa de Santa Luisa de Marillac de su bolsillo y entregándosela
a un sorprendido Pedro.
A la mañana siguiente había nevado y todos
empezaron a jugar con bolas de nieve, pronto la nieve se acabó y fueron a la
carretera a por más.
- ¡Alex, cuidado! – gritó Pedro.
Demasiado tarde, ese coche se llevó a Alex por
delante y todo se tornó negro para ella. La familia Peláez se encontraba en el
hospital.
- ¡Ay, mi nietica! – se lamentaba Petra.
- ¿Familia Peláez?- preguntó un doctor.
- Nosotros – respondió Pancracio levantándose de la
silla.
- Su hija no está bien, la vamos a desenchufar, ya
que no vivirá mucho – expuso el doctor -. Ahora, podéis pasar a verla por última
vez.
Pancracio y Pepita pasaron los primeros, veinte
minutos después Petra, Pepe y Petunia, continuando por Pascual, Pablo y
Penélope y por último Pedro.
- Santa, se que no me has traído ningún regalo, te
olvidaste de mí. Ahora es cuando necesito ese regalo, necesito que despierte,
necesito a la plasta de mi hermana en mi vida – rogaba Pedro mientras tomaba la
mano a su hermana.
Entonces, ocurrió lo imposible, Alex abrió los
ojos.
- ¿Plasta yo?- dijo débilmente.
- ¡Doctor, doctor!- gritó Pedro.
Dos días después a Alex le dieron el alta y la
familia Peláez al completo volvió a casa feliz y contenta.
Al final, si que ha sido la típica historia ñoña de
Navidad, supongo que por estas fechas todos nos volvemos algo más tontos y
sentimentales, a si que ahora dejaremos a la feliz y contenta familia Peláez y
disfrutaremos de nuestra propia historia navideña.
Lola García
Bravo Lola, gran historia
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