El 9 de octubre de
2012, dos talibanes interrumpieron el
recorrido de un autobús escolar que viajaba por el valle de Swat en Pakistán. Acto
seguido comenzaron a disparar contra la joven Malala y sus amigas. Pensaron que
con este acto habían apagado la voz «enemiga» y, sin embargo, crearon una
heroína con verdaderas ganas de cambiar el mundo. Desde entonces emprendió una
lucha por los derechos de los niños, recompensada con el premio Nobel de la paz, galardón que ha recaído sobre ella y el presidente de la
Marcha Global contra el Trabajo Infantil, el indio Kailash Satyarthi.
En mi opinión, Malala, pese a ser solo una adolescente, se ha convertido en un icono mundial de la libertad,
de la igualdad de la mujer y, en definitiva, de la educación. Prueba de ello es
que también ha recibido el premio Sajarov con el que el Parlamento europeo destaca la lucha por
la libertad de prensa.
Para mí, su historia
no comienza en 2013 de la mano de los
reconocimientos mundiales, ni siquiera el pasado 2012 cuando la dispararon,
empieza mucho antes, en 2009, cuando solo tenía doce años. Entonces ya era una férrea defensora
de su derecho a recibir una educación y comenzó a escribir un blog en la página
de la BBC en udu, una de las lenguas que se hablan en Pakistán, cuando iba a clase de forma clandestinas, esperemos que su lucha además de estos reconocimientos internacionales, tenga repercusión y que la justicia, la libertad y la igualdad llegue a todos lo países.
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